- Vidas abatidas por el yugo del poder -
Crecí
en el número 13 de una calle de tránsito peatonal, en un barrio de
gente asalariada, de donde desahuciaron a mi familia hace ya muchos
años.
Entre
las viejas paredes del segundo piso, mi madre dio el biberón y
cambió los pañales a sus tres hijos entretanto sobrellevaba su
separación matrimonial.
Allí
asistí al colegio, viví mi adolescencia y me enamoré por primera
vez. Una pintoresca estampa familiar; truculenta y sórdida desde un
gélido 6 de febrero cuando el personal de mudanzas empaquetó en
escasas horas, toda nuestra vida.